Rosa y la brújula mágica - Humor y masacre

HUMOR Y MASACRE
ESCRITO Y PERPETRADO POR JUAN LUIS PEREIRA.
      CON PERDÓN.
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Rosa y la brújula mágica

Historia segunda
El viejo marino gallego entró apresuradamente en la taberna, se acercó al mostrador, dio un manotazo y cinco parroquianos se desplazaron unos metros del lugar. Inmediatamente, sintió el impacto de cinco puñetazos, confirmando la tercera ley de Newton o principio de acción y reacción, que asegura que toda acción, genera una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto. Sin inmutarse se dirigió al tabernero.
- Dame una cerveza Mahou – pidió, mientras escupía un diente, consecuencia de la reacción   newtoniana.
- Esa, todavía no se ha inventado. - aseguró el cantinero con firmeza – pero tengo una cerveza de Getafe que es una bendición.
- Pues vale.
Mientras sorbía la cerveza de Getafe, con espectacular acompañamiento sónico, divisó en el fondo del coquetón antro a su homónimo, el viejo marino vasco, con toda su tripulación en derredor de una mesa de reuniones, prestada por los señores de la Academia de la Ilustración en régimen de alquiler, pues la ciencia siempre ha tenido que recurrir a financiación externa o a la mendicidad.
El viejo marino gallego, alzó su voz tronante.
- He venido hasta éste lugar, porque quiero contaros una historia, que es verdadera y me ha sucedido a mí.
Armas blancas centellearon a la temblorosa luz de las lámparas de aceite. Rostros coléricos y espantados se resguardaban tras los cuchillos, tratando de intimidar al viejo marino gallego. Vano intento. El viejo marino gallego sacó sus dos enormes pistolones de avancarga y ahí, se acabó el conflicto.

Pirata Gallego
Pirata Gallego
- Como decía, - comenzó su relato el viejo marino gallego – Antes de hacernos a la mar en busca de algún botín, había integrado en la tripulación a una bruja de nombre Rosa, que tenía una brújula mágica y que se dedicaba a conducir hacia escondidos tesoros, a gente con clase y abolengo, como yo.
Algunos de los concurrentes pensaban en el suicidio redentor, pero suicidarse a mano es muy cansino. Así que desecharon la idea por inviable.
-La brújula mágica, señalaba de manera firme el norte. No había duda. Navegamos ilusionados y seguros del acierto de Rosa, hacia el norte.
Tras una pausa, para tonificarse con otra jarra de cerveza de Getafe, el viejo marino gallego continuó su relato.
-Tras unos días de navegación sin incidentes, una noche en la que estábamos todos dormidos y el vigía borracho, embarrancamos en una isla. Desembarcamos alborozados ya que, sin duda, estábamos en la isla del tesoro. Era una isla pequeña, por lo que no sería difícil buscar las riquezas. La isla estaba deshabitada de humanos, por lo que no tendríamos sangrienta resistencia.
Eso pensamos. Pero en el islote moraban unos monos, amantes del Jazz a los que no parecía gustarle nuestra canción “Donde esta el tesoro del muerto”, ya que no nos mostraron ninguna simpatía. Así que lo primero que pasó al internarnos entre la arboleda, fue que Rosa recibió un cocotazo traicionero en la cabeza, con resultado de fractura indiscutible de cráneo, según nos aseguró, nuestro barbero, peluquero y sacamuelas. Por consiguiente, médico, según el departamento de ciencias varias de Tortuga. Nos habíamos quedado sin nuestra guía. Huérfanos de nuestro destino. No obstante, la brújula mágica de Rosa seguía señalando, empecinada, el norte.  Seguimos la indicación y terminamos por cruzar toda la isla y volvernos a encontrar con el mar. Decidimos que era lo normal. Los tesoros tendrían que estar enterrados. Acción que hubiera hecho cualquier corsario de bien.
En la taberna “Los difuntos felices y amputados”, que así se llamaba el local, se había hecho el silencio de una lápida sepulcral. Los presentes contenían el aliento. Solo se percibía el monótono sonido del afilado de las navajas.
El viejo marino terminó la rutina que exigía su tercera jarra de cerveza de Getafe y prosiguió su historia.
- Cavamos durante un mes y no apareció nada. Ningún tesoro ni moneda que llevarse a la faltriquera. Volví a consultar la brújula, pero seguía, obstinada en su señal. El norte. ¿Y si el tesoro estaba en el mar? Me introduje hasta la cintura en las cálidas aguas y medité como haría para dragar aquellos fondos. En esto andaba cuando, de pronto, sentí un repentino y horrible dolor en la entrepierna. Salí del mar dando grandes alaridos, pensando que me había mordido un tiburón. Pero no. Colgando de la bragueta tenía un gran bogavante. Con mi sable, de un tajo, me deshice de él, con grave riesgo de vergonzosa amputación. Gracias a algún dios sin nada que hacer en aquel momento, todo salió bien y me mantuve entero.
Repuesto de quien me atenazaba, me fijé en el mar cercano y allí había miles de bogavantes. Tremendo. Me percaté que ahí estaba el tesoro. Cargamos todo nuestro barco con los crustáceos y volvimos a Tortuga. Allí vendimos toda la mercancía a unos monjes que adoraban a una vaca gigante y que disponían en plantilla de un veterano loro con graves problemas de alcoholismo, que era el contable de la secta, con muy buenos resultados monetarios. La marinería nunca olvidará la aventura.
Ya sin Rosa, recuperada de lo que fue un simple chichón, se retiró con sus ganancias y su brújula, para fundar una comuna nudista y nosotros seguimos dedicándonos al pillaje, abordaje y masacres en general. Y esta es la historia, verdadera y que me ha sucedido a mí.
 
Todos los presentes estaban en silencio. Catatónicos. Solo se oía el susurro del viejo marino vasco.
-Por favor, decidles a los hijos a los que nunca conocí, que los amaba…
Viejo piloto de combate nacional
Piloto combate republicano
Viejo pirata gallego
Viejo Pirata Vasco
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